El proyecto se inició en 2010, cuando los padres de Barrera vendieron su casa en Bariloche y adquirieron una chacra de peras y manzanas en Villa Regina. La decisión surgió del deseo de no limitarse a la venta de fruta fresca, sino de elaborar una bebida con identidad regional. La inspiración definitiva llegó luego de un viaje a Irlanda, donde descubrieron la sidra de pera y recorrieron regiones europeas productoras.
La producción de sidra de pera implicó un desafío normativo, ya que el Código Alimentario Argentino no contemplaba esa categoría. Por ello, los primeros pasos fueron con sidra de manzana, hasta que las autoridades autorizaron formalmente la nueva variedad. El trabajo de la familia permitió incorporar al mercado local un producto innovador y de calidad.
Argentina es el quinto consumidor mundial de sidra, con un volumen cercano a los 80 millones de litros anuales, lo que equivale a unos 2 litros por habitante. Sin embargo, el consumo está fuertemente concentrado en las fiestas de fin de año, una costumbre que se instaló en los años 50. El desafío de Pülku es lograr que la sidra se consuma todo el año, en bares, restaurantes y a través de tragos y maridajes gastronómicos.
El proceso de elaboración es similar al del vino. Las frutas se trituran, se prensan y el jugo obtenido fermenta en tanques con levaduras indígenas presentes en la propia fruta. Este procedimiento aporta aromas y sabores particulares, con fermentaciones que duran entre 15 y 20 días y que en ocasiones se extienden hasta dos meses.
La vida de Barrera cambió cuando su padre falleció en medio de dificultades económicas agravadas por un incendio en la plantación. Sin experiencia en agricultura ni en la producción de sidra, asumió la conducción de la bodega. Aprendió de productores, agrónomos, sommeliers y chefs, quienes la alentaron a continuar al comprobar la singularidad del producto.
La estrategia comercial se centró en el área metropolitana de Buenos Aires, con foco en hoteles, bares y restaurantes. Con el apoyo de bartenders, la bodega logró desestacionalizar el consumo y mantener ventas a lo largo del año. Este trabajo permitió sostener la empresa y reposicionarla en un mercado cada vez más competitivo.
Cuando el proyecto comenzó, eran pocos los productores de sidra en el país y eran vistos como una rareza. Con el tiempo, la comunidad creció y se diversificó, con la incorporación de elaboradores artesanales y propuestas más industriales. Pülku se ubicó en un punto intermedio, con procesos cuidados y selección manual de frutas, lo que le otorga identidad propia.
En paralelo, Barrera observa de cerca la transformación que genera Vaca Muerta. Desde el aire, señala, es evidente la expansión de Neuquén y la superposición de pozos petroleros con chacras frutícolas. La construcción avanza sin pausa, con alrededor de 100 edificios en marcha, y los costos de vida en la ciudad son más altos que en otras regiones del país.
El desarrollo energético trae oportunidades, pero también tensiones. Muchos pobladores no cuentan con capacitación adecuada para acceder a empleos en la industria, lo que genera frustraciones. Además, los productores frutícolas enfrentan la competencia por mano de obra, mientras que el aumento de alquileres y la saturación de servicios complican a localidades cercanas como Villa Regina, que sintió el impacto de obras como el gasoducto de Techint.
Barrera subrayó que el desafío es evitar que la producción frutícola sea desplazada por la actividad hidrocarburífera. Considera que Vaca Muerta debe potenciar la diversificación de la economía regional y permitir que productos únicos como la pera Williams se exporten con valor agregado. Para ella, la combinación de energía y agroindustria puede proyectar al Alto Valle en el mercado internacional.
La empresaria también remarcó que el crecimiento debe estar acompañado de buena gobernanza para administrar los recursos y generar encadenamientos productivos. Su apuesta es que la marca Patagonia se asocie tanto a la energía como a alimentos diferenciados, entre ellos la sidra. Ese camino permitiría aprovechar la riqueza energética sin resignar identidad frutícola.